Un Paisaje Efímero

Un Paisaje Efímero

Estaba recostado en un tronco mirando al horizonte, donde, casualmente, el sol se ponía.
El aroma de algunos frutales pasaba sutilmente por ahí, endulzando el ambiente. Cerca de mí, un pequeño gato caminaba ágil y elegantemente sobre ramas caídas. Yo prestaba atención a la puesta de sol, era realmente bella. Algunas nubes decoraban el cielo como algodones gordos y esponjosos. Los rayos del sol pasaban por ellas y se perdían por el aire. Ahí me quede viendo el paisaje, relajado, sereno y tranquilo. Quise tener esa imagen por siempre. Un momento después, un zorzal se paró en una rama del árbol caído. El gato lo percibió y sigilosamente comenzó a acercarse a él. Mi atención cambió al felino.

Delicado en su andar y ligero como una pluma, rozaba con su cuerpo la madera seca, sus patas acariciaban la superficie del árbol, casi mimetizándose. Pronto estaba a unos centímetros del ave; mi atención hacia ellos era absoluta. De un impulso el gato saltó al zorzal con sus garras desplegadas y los colmillos listos para morder. Logró golpearlo con sus patas pero cuando quiso darle el golpe final con sus dientes el ave se deslizo levemente por las garras del felino y huyó. El gato perdió el zorzal, y lo veía volar lejos. Volví mis ojos nuevamente a la puesta del sol, ya no estaba. Se ocultaba detrás de unas montañas, las nubes también se fueron, se dispersaron por el largo cielo, el viento levanto tierra y polvo cubriendo aquel dulce perfume. Había perdido esa imagen tan bella que quise conservar por siempre.

Ignacio Aldebaran

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