Papel, pensamiento, palabra


Un papel empieza a ser dibujado por el costado de su esquina superior derecha. Una bonita mujer, con suma prolijidad, le pinta un número de dos dígitos y luego una preposición, una palabra; Agosto; otra preposición y cuatro dígitos más. Abajo le sigue un “querido”, un largo y extenso texto, que sólo finaliza con tres puntos suspensivos. Un Pos Scriptum que lleva dos letras extiende aún más la carta que estirada y sin doblar espera por cerrarse y viajar. Debe ir lejos, desde Córdoba. La señorita piensa que tan molesto le es y, quizá, doloroso lo que acaba de hacer; Terminar de escribir una carta. El pánico de entretejer líneas en letras, circunscritas en un motivo que es tan sólo suyo, y bello, pero no los puede comparar al fuego, al destello de zarpa de sus labios de lo que es cambiar unas palabras con él. Quiere alcanzar a sentir que viene desde sí misma la emoción. Que no adivina llegar a provocarla por una simple carta. Esa pasión tan bella de hablar y llevarse una conversación para despertar. En un encuentro titánico de una boda de palabras. Durando y resistiéndose. Que a su vez se agazapan en los puntos del silencio.

Ahora se avergüenza la carta. No quiere ser heraldo de la sensación que porta, y llora un surrealismo porque la expire y la olvide. Pero está preciosa. Decorada y perfumada. 

Se gira para ver la puerta cuando justo tocan tres veces tras ella. Se ve así misma abriendo la madera oscura que rechina. Y de una sorpresa feliz salta un abrazo porque llegó. ¡Está ahí¡ Cerca. Su barba la pincha y brotan cosquillas. Ella respira fuerte sonrojada con el corazón que no se demora en atronar bajo su pecho. Se estira en el umbral, a nueve pasos del escritorio un gran abrazo. Tibio. Cálido. Largo y tendido. Bajo un marco que sostiene pesadas paredes. Su cuello delicado sostiene y resiste la cabeza. Ella es como un simple cuerpo de carne que cruje a veces, puede llegar a ser viejo u oxidado por sus años pesados. Necesita de ese sentir que de nuevo lubrica, como a una maquina antigua. Más ahora que se deshace por él. Bajo una puerta, con el 84 grabado como reminiscencia. Si, está evocado muy fuerte. Los brazos apretados se suspiran y tiritan. La ropa vuela de cuanto sienten tenerse así cerca, se va sola y nada, sólo nada dejan a la vista. ¡Nada¡ Todo ahí es el sólido afecto compartido. Porque los designios carismáticos convencionales no explican la formula perdida de lo que es entregarse.

Volteó su cara entre el susurrado cuello. La respirada nariz de él estuvo de frente con su frente. Un entrecejo taciturno elevaba una mueca. Los ojos sumían. Para así abrirlos y ver la carta llorar, volverse para mirar la puerta y no ver nada.

La cláusula pensaba que existía porque sólo así podría darse a la nostalgia. Las ganas suplantadas, el querer hacer extinguido, por la entrega inmediata y absoluta de una similitud de pensares; uno escrito, al lado otro silenciado. Y era que lo extrañaba. 

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