Sólo más y más
Mar dedica días muy largos tratando que la
tristeza se amortigüe sólo en ella. Da vuelta su cabeza para fijarse en el
espejo, que mira al pasar por el final del pasillo de su cuarto, mirando la
leve sonrisa que se refleja. La única que puede fingir un poco más, sin craquelarse.
En cambio le afecta más que su compañía la vea haciéndolo. Sabe que no quiere,
por ella, que cargue con su preocupación encima, entre las prolongadas jornadas.
Porque hace que sienta todo en sus espaldas y pesa demasiado, pero ella
continua hasta que desea poder desaparecer, y a toda esa sombra tal y como si
despertase de un mal sueño. Y siente que es más joven. Se atenúa absorbiendo
las sombras para sí. Se ve en pesadillas oliendo su cuerpo como amoniaco y
azufre quemado. Traga furia, cólera, angustia y también sollozos como perdigón.
Engulle su nulidad e impotencia. Se intenta deshacer. Arma una autodestrucción que
nace del declive. Parido de las nubes que cubren su vida.
Otras veces no intenta que se mengüe sola la
tristeza. Y va a desarmarse sobre su almohada temblando. Su cabeza se congela en
escenas capciosas. Aquellas dulces lágrimas hacen un río y lo seca una cara
afligida a dos codos; que se transforma en una distancia fría. Mar llora para
que las huellas de su reflejo no sean falsas. Se prueba ello diciendo: más. Y lo
repite: más, más, siempre más en todos sus recovecos mentales.
Trata de robarle pedazos a la vida que el
tiempo paralizó. Se mira por algunas mañanas, cuando alcanza agarrar un abrazo,
y piensa en la cicatriz que carga sobre su cuerpo, como una marca que jamás se
va a ir. Una especie de maldición despedazada. Pero que es entera. Salada.
Piensa si alguien la ve sobre sí misma, cuando está en la cocina, o en el
cuarto. El personaje quien la acompaña, cuando la abraza, arranca algunas
esquirlas de su sombra. Y la debilita. De a poco. Juraría que cuando Mar pasa
por un corredor hacia la puerta de afuera; fuera de todo: donde reinan relatos
que tanto anhelan contarle; se pregunta sobre aquel más. Donde ella, junto a su
protagonista, hacen algo que es grande, ríen y abrazan, arman y se revuelcan
para caer en una enorme y dulce luna llena. Hay decenas de cosas amontonadas
que fueron consiguiendo. Una tras otras las cuentan: son violetas, a veces
rojas y rosas y amarillas. A veces ella las ve de montones de colores; de
metafórica y peculiar manera de ver. Este personaje le permite un desafío
completo. No se burla condescendiente y por si llega a fingir. Su maestría se
jacta y justifica con las prácticas que quedan como prueba inefable de su
empirismo corpóreo. Así funciona con Mar. Se carga todo y lo acompaña. Como una
esponja absorbe.
Una madrugada, casi al alba, despertó teniendo
dos décadas cumplidas. Pero ahora, cuando despertó entre sombras, quitó las
sabanas y las colchas de su camino, se apuró por desayunar rápido y a medias. Pareció
que se dejó delante medio siglo. Otras veces, esas mismos cincuenta años,
descansaron en su lecho de epifanías, y no quiso ver qué le esperó en la puerta
para ir a trabajar. Su consciencia la llevó a ser una máquina si se fatigase.
Pero su compañía prefirió ver la afirmación que contagia seguridad, de jamás
hacerse de lado.
Adora frotarse los pies bajo las sábanas
blancas. Y dice que es su entretenimiento más adictivo. Olvidó jugar a contar
las estrellas. Su compañía es quien cuenta los brillos que nítida y se absorben,
a sus manos, pies, muecas, su curiosidad insatisfecha de encontrarse juntos en
casualidades o sentidos que buscan mirando lo que pasa por la tv. Repasa día a día
las páginas de diarios virtuales, historias que la abrazan a Mar. Se la llevan
y no la traen. Pero dejan que le regale a su robusta existencia algo de sosiego.
Yo sólo imagino los rincones que recorrió encontrando esa magia de la que habla
siempre, siempre tan singular, que envidio poseer, entre mis letras. Que se
acumuló sobre mil pares de páginas, y que quisiera no sean en vano; sin un
sentido. No la lleva el enojo picante a simple vista. Para nada. No traba lo
que su paladar procesa. El personaje que anda a su lado, le sostiene la mano en
el corto detalle de sólo ir de compras. Generó, de a poco, tanta preocupación
corpórea que brotó un tic en su ceja. No reconoció si temblaba o tiritaba. Ella
también lo sosegó. Y piensa, ahora, en las cosas que hacen en sus momentos, y
que podrían terminar como parajes
literarios, o intertextos numéricos. Son raíces de su inspiración diaria.
Más hay unos peros amargos. Diez y seis meses, coloridos, separan a Mar de todo
lo que se le avalancha delante de ella.
A la vanguardia de una fila, una noche de
agosto, escuchó como le murmuró y tarareó una radio, y dicho compañero, que se
llevan cuatro ebrios al loquero. Se susurró un cuento donde terminó también
ella allí. Por un instante, que se podría contemplar, su compañía la observó.
Mucho. Raspó su voz un poco, enrojecido, y entonándolo grave y profundo, le
refirió: - Te robaría el tiempo que se te colapsa en pedazos, paralizado por la
triste cárcel de tú locura, para que así no se derrumbe sólo sobre tu cabeza. Y
eso es describir sólo poco, de lo que te quiero. – Se sonrojó, y le respondió
que ojalá pudiese ser cierto. Él se ofendió, pero fue leve. Más dinámico,
defendiéndose comentó - Sigo mis escrúpulos de anhelar llegar muy hasta vos.
Mitigar miedos para saber abordar tus flancos. Y tú pena. Ella - ¿Por qué quieres
convertirte en lo que apremiaría con deshacerme? ¿Qué designas, en mis largos
días? para llegar a parar lo que de a poco se desarma a mi alrededor y… -
Podría decir tantas cosas tan sólo fundamentales para vos… - Lo interrumpió
exasperada de enojo. – Para quedar bien y creo peor. Mi fundamento es apagarme de
a poco junto a lo que más me imp… - La cortó al terminar su última palabra y
dijo rápido y con sus latidos entre su garganta - Me despedazo yo, sólo con la
idea de abandonarte. Decidí ser la compañía en tú tiempo mortal. Eso es
cargarme una parte de tú sombra. Sólo acompañarla. Y más, más. -
Mar juró no desbordarse. Pero tras eso naufragó
por un hombro cargado de miedo. Como los de ella. Sus lágrimas saladas bajan
rápido. Sumidos.
Horas antes de eso un rayo de sol entró por la
mal tapada ventana de su cuarto oscuro. Olía a encierro. Temblaron las paredes
a su alrededor. Mar llevó sombras de muchos colores; verdes, rojas, rosas,
amarillas, negras sobre todo, marrones y doradas. Mar se quedó dormida de
tantas cosas que la rodeaban y miró a sus sueños y contó las estrellas que veía
en su techo para saber si dormía o era otro mal sueño.
Es a este día que salta las páginas con los
años que se le impusieron. No los cuenta. No los precisa. Sumida copia en su
agenda, y las hojas le va contando cómo pasa su alrededor corrupto. Evita
ahondar los misterios que no descifró. Pero hay veces que se lleva la ansiedad
al pecho y no respira. Se agarra donde se sienta y la reina una monstruosa zozobra.
Su compañero y varios escatimarían su pena. Cargándola. Mar se la lleva. El
protagonista que choca contra su tiempo, aún, no logró descubrir qué busca. En
todo lo que siente la condena, y la arrastra demasiado. Pasan tristes y
soleados días escuchando sus palabras venir e ir. Conversan. Sobre todo ese
mundo que los rodea. Pero no hablan siempre de sombras, ni de oscuridades,
también lo hacen de los fragmentos que hicieron parte en ellos.
Una tarde, nublada, ella respiró profundamente
mientras pensaba. Cerró sus ojos pero elaboró una lista de cosas que vería volverlos
a abrir. Cuando lo hizo encontró la sala ocupada por un miembro de sus días,
sus noches, tardes frías y sus memorias coloridas. Su compañero. Miró su entrecejo
fruncido. Vio que su índice tocaba justo en donde termina la ceja. Ese gesto le
dice que está concentrado. Meditaba con los ojos fijos. Hubiese estado encantada
de besarle los labios saturados de historias. Ella miró somnolienta la clase de
tiempo que pasó sobre sí misma. Se recostó en la mesa sin que él se percate. Se
ensimismó bastante. Llegó a recordar, y se preguntó si había un reflejo cerca
de ella, ¿Qué dijo el vidrio? Él le hace de espejo y le respondió. Surgió una
mueca de sonrisa por la comisura de sus labios. Y mientras tanto el tiempo se
acobardó, y sin herirla se escondió en pedazos, muchos pedazos esparcidos. Por
todos los lugares que pudieron ocultarse. La sombra seseó, robada por su compañía.
Y se derrumbó sin fuerza, en cuanto ella contó sus sonrisas. Una por una, sola
y más y más.
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