Eco del Destino Parte 1

Hacen resonar el eco de los cañones, la guarnición se estremece ante la destrucción y los gritos del combate forjan un pandemónium en la tierra. El triste destino de tener que matar a alguien por sobrevivir es un dilema humano que solamente se discute en el campo de batalla. Quien será más humano en no cometer un crimen, para darle a su enemigo la oportunidad de un futuro y quien el que quite vidas sin titubear por defender su miserable existencia en la tierra, haciendo caso a la vaga voz de una mano tirana o de un pabellón flamante. No es que lucho por una causa más justa, ni por un bien mayor, eso es indiferente; afortunados aquellos que luchan por defender algo, desdichados los que privan el corazón de los hombres de seguir latiendo, por razones de egoísmo. Pero se vuelve a presentar el dilema como una dicotomía, ¿por él o por mí?
 Y la lógica se establece por encima de todo, sabiendo que única y solamente en ese lugar y posición se discute, aunque la sensatez acuda y aparentemente nos salve tomando por nosotros la decisión y tal vez forme en nosotros un arrepentimiento que la conciencia no se librará de ello jamás, de haber podido elegir otra opción, haber soltado ese destino de las manos. Ahí está la raíz del asunto, ¿forjamos nuestro destino o vivimos sometidos a seguir algo que está ya escrito? Ignorantes, sin saber lo que ocurrirá, con cada una de nuestras acciones ya dichas, repetidas por nosotros como leyendo una partitura musical, incluso aquellas afirmaciones sobre forjar un futuro independiente y libre.

Comentarios

  1. Pregunta, duda persistente: ¿Somos seres humanos libres, de elección, con albedrío o predestinados por un algo, un qué que nos supera, que no comprendemos, y que nos reduce a simples títeres, personajes de videojuego cuyo joystick no está en nuestas manos? No hablo de libertad absoluta. Eso no existe. Hablo de si tenemos, siquiera, un margen mínimo de ella, unos cuantos grados de libertad en este mundo y vidas condicionadas y limitadas, que le permita a ese qué, ese algo, juzgarnos, y a nosotros asumir o defender nuestra inocencia o nuestras faltas. Si existen esos grados de libertad, nuestra responsabilidad tampoco es absoluta: nos condicionan, hasta cierto grado, nuestras circunstancias. Pero el león nace león, y carnívoro y sanguinario... y sin culpa: es puro instinto. El cordero es cordero, nace inerme... y también cae sin culpa. Sí, la realidad es imperfecta, por no decir que malvada. Tal vez Huxley tenía razón: La tierra es el infierno de otro planeta.

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