El Teatro del Olvido.

Pasos, pasos. Caminaba como de costumbre. Para despejar la mente o nublarla algo más. Pasos y pasos en veredas que suenan diferentes cada vez que vuelvo a pasar. Pasos y pasos en casas y puertas, verjas y entradas, portones y umbrales. Todos muy, muy diferentes. Otoño era, lloviznaba. No reparaba demasiado como eran las veredas, sólo caminaba. No andaba con la recurrente indiferencia que solía poseerme. Meditaba en lo que pasaba ocurrente-mente y vi a mitad de una cuadra algo que atrajo mí atención. Más cerca vi que era un teatro. Con una función peculiar, “Un circo tras Un Telón Ciego”, así se llamaba. Me dio curiosidad así que pedí un boleto y entré.
La gran sala estaba apenas iluminada. Sutilmente una ligera sombra caía sobre el escenario en misterio. Las butacas de tapiz verde esmeralda combinaban con el suelo de madera oscura. El terciopelo suave acariciaba mi cuerpo y con él mis pensamientos, todo se situaba a calmarme. Las paredes forradas por un tapizado floreado tonos oscuros también, era como una ligera niebla alrededor de la gran sala. No era lúgubre, por lo contrario, el ambiente era calmo, y misterioso…mágico. Volví a mis adentros y quedé encerrado pensando tal y como estaba antes de entrar. Volví a estar incomodo. Así estaba yo, en mi cabeza. Entre pasos de ser o no ser, con dilemas y dicótomias. Danzando con las emociones de mis páginas secretas. Jamás las quise ver y volver a ver en una recurrencia sin fin, quería eliminarlas, pero se escondieron cuando creyeron adivinar un olvido.
No creo ser como un actor que tiene el poder de hacer personajes, para así lograr cambiar emociones a su voluntad. No recuerdo si algún payaso las hizo reír, ni en que escenario las dejé, o qué telón las llevó a la que sería la escena más preciosa en la memoria. Quería dejarlas lejos, en el frío infierno del olvido y abrir los ojos. Y mi mundo.
Se apagaron las luces y se abrió el telón. Un espejo con forma de ojo reposaba en el medio del escenario y un personaje apareció detrás. Un payaso, sin lágrima maquillada ni nariz colorada. Se miró pero sin ver su reflejo. Dio vueltas sobre él, lo dio vuelta, lo tiró y volvió a mirarse pero nada vio. Enfurecido quiso romper el espejo que no funcionaba. Apareció una moza con vestido largo muy sonriente, llevaba consigo un cesto con frutas. Levantó algunas, las besó y las tiró al aire, subían inflándose como enormes globos hasta el techo. El payaso se acercó a ella, la arrojó al suelo y le arrebató la cesta. No había un orden en la obra, era como si improvisaran. Ella miró los globos que explotaban, comienzo a llorar y también explotó. Me sorprendí y confieso haberme asustado por eso. En la escena el payaso tomó una fruta y la lanzó al espejo. Lo atravesó y se transformó en un conejo. No comprendió. Agarró otra fruta y la volvió a arrojar, esta vez apareció una paloma. Tiró otra fruta y salió un sombrero y de él comenzó a aparecer un mago. Cuando estuvo completo me miró, avanzó hasta el borde del escenario se dio vuelta y dijo: - Ahora es cuando la obra comienza. Ya verás y te sorprenderás y nosotros tus actores no haremos más que improvisar-. Miro la sala, solamente estaba yo.
Así el espejo parpadeo. Y la escena cobró vida. Ahora todo tenía vida, el telón, las frutas, que pasa a inflarlas el payaso besándolas, el espejo, el conejo y el ave. Comenzaron a dar vueltas corriendo por todo el escenario. En un rincón un mimo fingía tocar una enorme armónica. El espejo decía que no veía nada y pedía que lo dejen ver y comenzaba a saltar. Surgió del teatro cosas extrañas. Del piso comenzaron a levantarse papeles. Sostuve uno de ellos y vi que estaba escrito uno de mis sueños. Agarré otro y también ese. Pensé que ocurría pero sólo escuchaba risas en mi mente. Miré en las paredes, mis recuerdos estaban escritos y las formaban. Tal como una escena viva ví aquello. Pero muchas partes estaban vacías, como también en el suelo. Y comenzaron a volar los papeles por todo el lugar. Se abrió la puerta y vi que afuera no era como cuando entré, no era parte de mi verdad. Miré al escenario, el payaso comenzó a llorar porque se quedó sin frutas, apareció finalmente una lágrima negra maquillada en su cara. Cayendo gotas de ella, iban y se escribían en las paredes, junto a mis recuerdos. Del sombrero del mago aparecieron hojas que no estaban escritas y volaron por toda la sala. Alcancé a tomar una de ellas. Pense en escribir y las letras surgieron en el papel. Completé unos renglones y luego desaparecieron. El espejo se posó frente a mí, lo miré y vi en él al teatro entero. El oscuro corredor de la sala se llevó mi razón. Desesperé, preso ya del miedo, el señor del terror. No había público más que yo, sin función.
El payaso lloraba mis recuerdos, que navegaban como fantasmas por ríos de sueños perdidos. Espectros de una risa terminaban en la sombra de mi pensamiento. A toda costa quería dejar de pensar que ese perfume que quise atrapar corra. Sentí que todos ellos en su función eran un circo que se llevaba mi razón. Pero ignoro si es cierto. Se que no bailaban mis letras bajo una nube de ilusión. No había un mago que ocultara sueños en su sombrero, eran hojas vacías. Faltaba algo y fue desapareciendo de ellas. No llenaba el escenario el payaso triste, sin lágrima ni nariz para hacer sonreír. Había  globos con él, pero estaban llenos de tiempo que no quería salir. Sus colores lo hacían sus frustraciones y los besos los agrandaban. Gritaba el mimo un silencio desgarrador de palabras y más. Busqué alguien, no había más nadie. Me descubrí dentro de un teatro particular. Formado por algo más que ladrillos o piedras, pisos de madera y paredes tapizadas. Tal como la vida, lo ignorado, en este teatro la función era seguir, percibir y jugar con lo sentido. Se cerraba el telón, todo oscuro, lejano, frío y, me sentía devorado por el Teatro del olvido.
Ignacio Aldebarán.

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