El Haiku azul y el pétalo de sangre


Los pétalos del sakura flotaron en el aire. Descendieron en espiral hasta tocar la tierra agreste. Se sostuvo sólo, un nuevo ronin, dentro de su barda azul. Lejos de él una geisha pasaba un hilo dentro del ojo de una aguja. Aguardó. Y frente a ella un shogún de pié, su armadura violeta detuvo aquellos pétalos rosas que caían de las ramas que no alcanzaron a perderse en el suelo marrón. Se pegaron algunos en su casco. Pero no bajó la mirada del ronin que apretaba, torpe, la empuñadura, engendrándole odio rojo a la espada guardada. Miró y miró bordeó sus pasiones, y el fulgor marcial de una muerte plena. Se sirvió de la pena de su odio y alimentó su espada con misericordia. Se desembocó una serenidad púrpura en su mano, y sólo ahí colocó suavemente su mano en la empuñadura de su katana. Sopla, sopla, el aire triste, un haiku bañado en sangría.

Un mal deseo. Una buena traición. Envidia cruda.

El ronin avanza con la espada en punta. Sus ojos brillaron por el reflejo de un silbido que cortó un pétalo que flotaba. La geisha levantó la vista para ver al pétalo dividido en dos girar y girar, dejando el viaje espiral, y aterrizar, deslizándose sobre el bordó suelo, liso y brillante.

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