El Ermitaño y la Ruina.
Sediento el ermitaño llegó hasta una ciudad lejana. Cuyos jardines pendian de finas cuerdas. Hasta llegó a pensar que las vió invisibles. Como si las flores flotaran.
Caminó derecho a la plaza central, bebió agua de la fuente. Bebió mucha agua. Aparecieron dos guardias a sus espaldas y lo llamaron a que se diese vuelta. Él lo hizo y lo comenzaron a requisar. Uno de los guardias sostenía una lanza y lo observaba. El otro, de entre los harapos, sacó una piedra negra. Redonda y perfecta del tamaño de dos palmos. El ermitaño dijo que era una perla negra y que había acabado con su imperio por poseerla.
El guardia así la soltó; y huyó. Su compañero; corrió detrás de él. Todos las personas que vieron sus rostros corrieron, salieron de la ciudad para siempre. Y los que vieron la perla en la fuente junto al ermitaño también huyeron.
Él sólo guardó la perla y contempló como Babilonia caía en ruinas.
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