Juguetes.


Juguetes. Se llevaron tantas horas y dieron tanta diversión que no se lo podría retribuir jamás. De una forma extraña podríamos decir: que estamos en deuda.
De chico me gustaba acumular soldaditos de plástico. Tenía un sentimiento bélico en estado latente que me hacía querer romper todo. Y absolutamente todo era con el marcial fin de destruir. En las navidades y años nuevos llegaba, en síntesis, la pólvora. Volaban de acá para allá los pobres hombrecitos verdes, amarillos y marrones. Muchas explosiones “controladas “que desataban un caos en la tarde-siesta. Más tarde en los años mi afición de ser fanático de Star Wars salió demasiado a flote de una manera incontrolada. Pero eso fue después de conocer los Lego.

Todavía me acuerdo de cómo de chico descubrí el barro. Los ladrillos y otras cosas. Dicen por ahí que los mesopotámicos los inventaron hace como 9500 años; pero yo lo hice cuando era chiquito (pibe) y sin que nadie me lo dijera. Agarré agua y tierra y ¡pum!, salieron cosas geniales. Así armé muros y cocinas, autos y vasitos; y era mucho  mejor que esa de los de Mesopotamia.

Ya más grande quizá, conocí por fin los Lego. Y si bien siempre fueron algo caro, capaz que encontrabas uno de un familiar o algo así. Las procedencias de juguetes jamás quedan claras cuando somos chicos. A parte de construir el modelo predeterminado, surgía, en todos los que podríamos tenerlo por ahí, la idea de hacer otras cosas nuevas. Y la creatividad viajaba a flote.

Creo que hemos tenido un rasgo patológico, de un sentir omnipotente, porque siempre eran todos chiquitos y manejables. Podríamos encontrarnos creando cosas y usando criaturas inanimadas mini, pero, que vamos a jurar que siempre tuvieron mil vidas como mínimo. (Excepto los que eran testigos de la pólvora, esos, Que En Paz Descansen)
Por años me provocó curiosidad los que jugaban con muñecos más grandes. Que podrían doblar los miembros y más maniobrables. Quizá algunos llegaron generarme miedo, porque había algunos que eran enormes y hacían ruidos. Tanto que hubo uno que comenzó una saga cinematográfica muy extensa, e hizo culto de un fanatismo terrorífico de su monigote.

Tiempo después encontré el vigor físico del mundo virtual. Estas puertas nos abrieron paso a un universo paralelo entre el pasado y el futuro y un presente diferente. Roza el extremo de ser patológico, por ludópata. Atención a ello. Más en este universo abocado desde ser un ente divino, a: un mercenario, un policía, un terrorista, gobernante, faraón, un Caesar, el mejor estratega; poder ser, ver y hacer lo que los héroes de antaño hicieron; ser criatura mágica, formar parte de un sistema diferente, asesino, espía, xogún, samurái, corredor profesional, ciclista, automovilista; en resumen, podríamos pilotar hasta naves espaciales que cuesta muchísimo imaginar, pero, que las crearon. Ser  ángeles o demonios. Poder operar o manipular. Todo esto significó.

Jamás sentí la creatividad que ahora. El lugar de la diversión que de niños fuimos. Nos llevaron y trajeron donde hoy yo me encuentro, y busco y armo y desarmo, hago, deshago, leo, relato, me emociono, porque de todo esto se trata. De sentir. Poder portar esa emoción viva, como todas las demás. Volviendo a ponerla acá y allá para mí o ella. Simplemente me personifico de estados sólidos de emoción, más de una vez completo. Entero. Y para los que no, nunca deberían de acabarse en esa inocencia de ser niño y con lo que tenemos armar cosas y muchas cosas nuevas.

Ignacio Aldebarán.

Comentarios

  1. Tierra y agua. El barro del Creador...

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    1. Y no puedo explicar lo que me porovocó el conocer la historia de Prometeo; materias fascinantes.

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