La travesía más irónica.

Atravezamos Nörvasund y continuamos la travesía esquivando las islas latinas. Arrasamos y saqueamos mezquitas de Qartayannat y de Mallora. Algunos monasterios de Cagliari, Palermo, Messina y de paso también algunos puertos griegos. Jamás esperan asaltos y aún tiene el lujo de ser bien dadivosos. Cruzamos el horrible Egeo y sus peñascos nos traicionaron. Nos hicimos de decenas de tesoros. Junto compañía femenina, notoria por estas aguas. No escatimaron en nada. Cruzamos por fin los estrechos turcos, los dioses maldigan a toda constantinopla. La capital de los sucios y puercos ambiciosos. Ahí giramos al norte pasando por Varna; la capital marina; llegamos a Yalos en una mañana ebria y hastía, entrando en el Azov al cabo de dos dias más tarde. A partir de ahí nos adentramos en los estrechos ríos que nos llevaban carne adentro de la tierra continental. Peleamos dos o tres veces en la región de Rostov. Casi pierdo mi brazo de una herida. Le recé a los Vanir su asistencia, y ellos, allí casi cerca llegando a su hogar, me sanaron. No hubo muertos nuestros aquí. Y sacrificamos dos bueyes en su nombre. Pero no continuamos con esa dicha.

Varios días pasamos navegando dentro del Tanais. Hasta que llegamos a Bélaya Vezha, la torre blanca. Comenzamos un asedio que duró días. Hubo un plan de retirada, del cual me puse de acuerdo. Pero el Jarl no lo quiso así. Y continuamos combatiendo hasta haberlo perdido todo. Con los muertos y los heridos el grupo se dividió. Abandoné el Jarl que se dirigió a algun lugar; quizá para venderse como escoria a esos monjes de kiev.

Algunos no queriamos volver. Íbamos  a la tierra de las Vanir. Así que decidimos dejar las naves atrás en una bahía segura, y recorrer la tierra. Se quedaron algunos para aguardarnos. Y marchamos entre los pueblos buscando la tierra de los Vanaheimr. Jamás la encontramos. La mayoria retornó  a las naves. No volví a saber de ellos. Ahora, ya anciano, despues de años de recorrer las tres partes del mundo he decidido morir en el Mead hall de un señor del desierto. Aquí le llaman Yusuf, pero escuche como los demás lo llaman. Le miran con respeto pronunciando: Salāh-Ad-Dīn.

Ignacio Aldebarán

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