Boca callada, escudo arriba y choque.


En la era de hierro de Germania cuando los guerreros entonaban cantos de valor. Incitando a la lucha, eran temidos o tenían miedo. Y así cantaban. A voz alta, impulsados por la pelea, sabían el resultado del combate con la sintonía de las voces. Si se armonizaban no importaba en sí.
Más era que buscaban desprender de sus cuerpos, al unísono, todo el valor que podían. El canto los atraía a la sangre de vencer o morir. Eran gruñidos toscos, obscuros y temibles.

La compañía sabía que cuando las bocas callaran, los escudos, rebotando el resuello, se alzarían un poco más. Listos para el choque definitivo.

Ignacio Aldebarán.

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