Copañía que canta y marcha.

Hlewagastir Holtingar era el líder y también artesano. Portaba un enorme cuerno blanco en su cintura, grabado en oro con runas en fórmula mágica. Si él hacía sonar el cuerno, las valquirias acudirían a su llamado a acompañarlos en la lucha. Y retornando a la tierra de los Aesir se cargarían a varios de los mejores guerreros. Era el precio justo que exigía aquella maldición. 

Holtingar siempre se había adentrado en el infierno de la Germanía pagana, porque los dioses favorecían a veces unos y en ocasiones otros. Y los clanes guerreros no podían permitir ese insulto. Así entonces resolvían esta disputa matándose unos a otros. Una mañana de verano, de 12 de junio, (solmanadr), cuando los compromisos no pudieron pasar a más y hubo una realidad política nueva, decidida por toda la comunidad Holtingar: vivir por una causa, o buscar algo por lo que morir. Y entonces se enfrentaron los batallones de guerreros germanos contra los “bárbaros”. 

Oehlenschläger lo hubiese descrito más como un poeta que como un interpretador que narra. Pero de entre estos dos bandos, entre los altos valles de Jutlalandia, se formó una suave tormenta. En los pueblos se juntaron los ancianos para rogar a sus dioses que sus guerreros obtuviesen la victoria.  Los guerreros antes de entrar en el choque cantaban. Los escudos al costado del cuerpo temblaban y cuando no lo hacían marcaban el compás de la marcha. Como golpes de truenos de tambores. Era una marcha de guerra, Tyr acudió al extenso valle de espectador.

Entonces el oro viejo del cuerno de Holtingar empezó a enrojecer. Y deseó hacer el llamado a las valquirias. Hlewagastir Holtingar debió de haberlo hecho. Las voces callaron y los escudos se pusieron de píe. Al unísono con los truenos y la respiración de Tyr los escudos golpearon y fueron cayendo uno por uno. Holtingar no hizo sonar el cuerno en el valle esa tarde y jamás lo volvería hacer. Siglos más tarde encontraron el cuerno bajo tierra. Sin huesos que acarrear alrededor de él, puesto que se los llevó la muerte al polvo. Pero quedó grabado en su cuerno de oro el nombre: Ek Hlewagastir Holtingar Horna Tawido, Yo Hlegast el Hölting. Hice el cuerno.

(Este relato fue inspirado por los estudios extraídos del libro: Literaturas germánicas medievales de J.L.B. y María E. Vázquez.)
Ignacio Aldebarán: 18/02/2019

Comentarios

  1. Muy bueno, los guerreros germánicos me agradan, hay un historiador romano que escribio sobre ellos no me acuerdo su nombre..!

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