Brujas, desgracia fantástica.
El mar entró como catástrofe divina. Fue en una
noche otoñal, de 1134. Pero era un viernes, de octubre. El pueblo se aterró. Avasallantes
aguas entraron por la costa destruyendo todo a su paso. Cayendo desde los cielos
las nubes negras, y una corpórea marejada penetrando la tierra hacia el pueblo
de Brujas. Clemencia de Borgoña era senescal de la corona esa noche, miró la
costa deshaciéndose del miedo. Queriendo saber qué especie de monstruosidad se
avecinaba. Todo mientras su esposo combatía en Tierra Santa. Muriendo por la
cruz decía él, mas se supo sin discreción alguna que fue por oro y algunos
favores. El Mar de Norte rompe la tierra con su saña, trayendo consigo la furia
de los Vikings. Ni la roca detiene las olas norteñas. Y la ciudad de los
puentes sufre por el mar y los truenos.
Pero quizá la ira divina no fue en vano. Pese
al castigo, Brujas enriqueció, exportando lana y siendo el ojo de atención al
paso de rutas. Entrando hasta al gremio de Hansa, poderosa y vigorosa Liga. Y el
resultado de esa desgracia la convirtió en una de las ciudades más ricas de
toda Europa. Y junto a sus muros quedó grabada la sal, la sangre y la ira del
Mar del Norte.
Ignacio Aldebarán
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